AGENCIAS/ El 16 de abril de 2005 el buque Norwegian Dawn navegaba cerca de las costas de Noruega cuando de la nada surgieron tres olas gigantescas que azotaron al barco. «El mar se hallaba totalmente en calma cuando una ola de 21 metros pareció salir del aire... Nuestro capitán, que lleva 20 años en este oficio, dijo que nunca había visto nada igual», contó por aquel entonces uno de los marineros. En 2001 fueron el Bremen y el Caledonian Star quienes reportaron graves daños en sus estructuras-reventaron todas sus ventanas- al toparse con una enorme ola en el Atlántico Sur. «Era como una montaña, un muro de agua que venia contra nosotros», declararía después el propio capitán del Caledonian Star. Los testimonios continúan y no han cesado hasta nuestros días.
Las olas se califican como gigantes cuando superan el doble de la altura del mar que les rodea (tanto si está en calma como si se encuentra agitado). Se han registrado crestas de más de 30 metros de altura, olas que han hundido barcos y han matado a miembros de la tripulación, incluso trozos de mar que literalmente se han tragado a gente que se encontraba en tierra firme en la costa.
Por primera vez, un equipo de ingenieros y oceanógrafos de la Universidad de Southampton (Reino Unido), junto con investigadores del Centro Nacional de Oceanografía (NOC) de la misma localidad han recopilado datos a largo plazo de este tipo de extraños fenómenos poco comprendidos, inesperados y peligrosos. Y así han determinado que las conocidas como «olas solitarias» u «olas vagabundas» se producen menos, pero cuando lo hacen, sus efectos son cada vez mayores.
Los datos mostraron que los casos de olas gigantes varían mucho, según el área del mar y también teniendo en cuenta la época. Sin embargo, en promedio, el equipo encontró que los casos de olas solitarias cayeron ligeramente en las últimas dos décadas, pero el tamaño de estas crestas, en relación con el fondo del mar, aumentó. Además, los investigadores observaron que estos fenómenos son más frecuentes y más extremos en invierno y, curiosamente, están ocurriendo en mares en teoría más tranquilos.
Fue en el año 1995 cuando se confirmó que el mito de las olas vagabundas era una realidad cuando se detectó una ola de 25 metros rodeada por olas más pequeñas de seis. Hoy se considera que este fenómeno aparece cuando dos olas más pequeñas se combinan y suman sus energías. En las costas canadienses o islandesas los carteles avisan a los visitantes de las playas del riesgo de la aparición repentina de alguna de estas enormes olas.
La mayor ola registrada ocurrió en un deslizamiento de tierra en Alaska en el año 1958, cuando se captó un tsunami de más de 30 metros de altura. A pesar de eso, solo causó cinco víctimas mortales porque ocurrió en una zona poco poblada.
Como apuntaba Catrell, la importancia de conocer a fondo estos fenómenos es clave para el comercio marítimo. Por ejemplo, la zona observada por este estudio es por la que pasa la mitad de los contenedores comerciales de EE. UU., sin contar con la industria petrolera californiana ni la pesca o las embarcaciones de pasajeros.
«Nuestra investigación puede ayudar a informar a estos sectores y sugiere que, si los datos sobre oleadas gigantes son útiles, se deben tener en cuenta las variaciones geográficas, estacionales y interanuales, en lugar de depender de un solo valor para toda la región», afirma Meric Srokosz, supervisor de la investigación.
Los científicos detrás de este último estudio de Southampton ahora esperan que se pueda hacer otros análisis utilizando su método en otras partes del mundo, agregando a las fuentes de investigación existentes, para comprender mejor este fenómeno y predecir cuándo pueden impactar estas fuerzas destructivas.
Fuente: abc.es