Imposible sustraerse al chaparrón de eslóganes de buenismo, consignas triunfalistas y rimbombantes declaraciones políticas con las que se pretende demostrar “lo bueno que soy y qué malos son los demás”, mediante mensajes subliminales unos, groseros otros, que intentan influir emocionalmente en la buena fe de los potenciales votantes.
Tratan de vendernos su mercancía con charlatanería propia de un mercadillo de feria. Un “me lo quitan de las manos” bastante denigrante de mentiras y falsas promesas envasadas al vacío, como insulto a la inteligencia y al uso de razón del receptor de la soflama, cuya entidad es vilipendiada por un discurso dirigido a tontos de corto alcance.
Esto no puede estar sucediendo en un país democrático; un Estado de Derecho amparado por una Constitución que declara: “La soberanía nacional reside en el pueblo español” ; donde “Los ciudadanos tienen el derecho a participar en los asuntos públicos, directamente o por medio de representantes, libremente elegidos en elecciones periódicas por sufragio universal”.
El contenido de la Carta Magna se ajusta, sobre el papel, a la Declaración Universal de Derechos Humanos. El espíritu de la letra es incuestionable. Sin embargo, la práctica adolece de ciertos desvíos imputables a las limitaciones de la especie humana y su propensión a incumplir lo moralmente correcto.
Los poderes públicos en general desarrollan una flagrante falta de respeto hacia le ciudadanía con métodos propagandísticos mendaces y torticeros.
El pueblo soberano delega en los cargos públicos la gestión de sus intereses y defensa de derechos, mediante el compromiso de las urnas, que supone una especie de contrato en el que los candidatos pasan a ser empleados del pueblo contratante, generosa y exageradamente bien pagados; elegidos a partir de un currículum y declaración de intenciones presentados en campaña electoral. Pero si se falsean datos y mienten con promesas imposibles de cumplir, en cualquier ámbito laboral el engaño supondría el despido inmediato, procedente e indemnización por los daños inferidos por su mala praxis.
Por el contrario, culminada la campaña e instalados en la poltrona, desaparece la amabilidad y cercanías capciosas exhibidas para obtener el máximo de votos, para luego imbuirse de una prepotencia y autoritarismo poco adecuados a su verdadera condición de servidores del pueblo.
Esto no puede estar pasando aquí; pero sucede y no debería ser así. Se confirma, una vez más el predicado popular de que “solo la sociedad civil está capacitada para resolver sus propios problemas”. Esta distorsión “consentida” de engañar impunemente a los votantes, puede evitarse imponiendo la voluntad política de modificar, no las leyes ni la normativa, que están muy bien redactadas, sino las actitudes y comportamiento de políticos trileros mediante la exigencia del “obligado cumplimiento” de todas y cada una de sus promesas electorales, al mismo nivel y bajo juramento ante notario de la viabilidad de tal proyecto, fechas y plazos de desarrollo y ejecución, plan de financiación de lo prometido, certificación contrastada de las cifras y datos propios y de los adversarios, presentados como argumento electoral… El que no lo cumpla, ¡A LA PURA CALLE! (y pagando, además, por los desperfectos).
Esta regulación que vincula lo prometido con su cumplimiento obligatorio, sería disuasoria para que advenedizos, fulleros y oportunistas accedieran a un ámbito en el que ahora son mayoría… donde solo debieran caber las gentes honradas, dignas, con verdadero espíritu de servicio y palmaria calidad humana.
Se trata de imponer un código ético del que ahora carecen, con la comodidad de que nadie les exige responsabilidades por sus fechorías. Incluso algunos se ven favorecidos por la indolencia o ignorancia de quienes les vuelven a votar.
Como víctimas propiciatorias y estafadas, se nos puede engañar una vez; si nos mienten la segunda y nos lo tragamos, será culpa nuestra; pero si nos dejamos engañar una tercera, no tendremos perdón ni podremos quejarnos de nada.
Lo tenemos difícil ante el infame poder de la maquinaria propagandística; demoledora como las “Armas silenciosas para guerras tranquilas” (Noam Chomsky). Pero tenemos capacidad intelectual para afrontar las asechanzas de nuestros padres patrios. Tan simple como identificar y reconocer la entidad del engaño y obrar en consecuencia; con firmeza e impidiendo la manipulación de nuestra capacidad de raciocinio a costa del chantaje emocional diseñado con ayuda de algunos medios de comunicación, pagados con dinero público para promocionar ambiciones políticas específicas y ajenas a los intereses del pueblo. ¡Con nuestro dinero estamos pagando para que se nos mienta!...
Lo tenemos crudo a la hora de votar. Pues si reconocemos a un partido como nocivo, de nada sirve votar a otro que luego va a pactar con el que no interesa. Debería inventarse el voto negativo, que consistiría en tachar al malo hasta vaciarlo de contenido y borrarlo por mayoría absoluta… Pero una reforma electoral, hoy por hoy es imposible por el chollo que disfrutan quienes serían responsables de modificarla.