En definitiva, la doctrina del libre albedrío construida desde la libertad individual hace a las personas buenas o malas bajo una premisa muy sencilla, y muy perversa: la gente es buena si está de acuerdo y respeta la posición que yo, o el sistema, defendemos, y es mala, o aún peor, están tarados, si optan por una posición diferente y de algún modo contraria. Y con todo lo peor no es esto, es lo que deriva como consecuencia de aplicar esta filosofía en nuestra sociedad, tres realidades que hoy bien estamos sufriendo todos en mayor o menor medida.
Una es la necesidad imperiosa de castigar, de golpear, de cargar, de amedrentar, para controlar. Es sencillo: la gente es libre, y mucha gente elige libremente ser mala; el sistema debe castigar a esa gente para seguir manteniendo el orden.
Otra consecuencia es la inhumanidad y la indiferencia de la mayoría al sufrimiento ajenos: dado que la gente es libre, pero mucha gente elige libremente la opción equivocada y acaba en la miseria, porque así lo quisieron, o nacieron en el país o en la familia equivocada, mala suerte en todo caso, lo siento pero no es cosa mía, ni del sistema, que no se puede permitir arrastrar con todo el mundo para salvarlos.
La tercera consecuencia es el fanatismo. El fanatismo, sí, porque si partimos de la base de que unos somos buenos y otros son malos, o están locos, lo más normal que puede ocurrir es que no estemos dispuestos a dialogar, a perdonar, a integrar o a aceptar a todos esos que son contrarios, raros, locos o malos. Piensen otra vez en las religiones, las valedoras de la doctrina del libre albedrío, son dogmáticas, son fanáticas, sus convicciones son inamovibles.
Piensen también en los gobiernos que abundan hoy, cada vez más inclinados a la derecha, menos integradores, menos solidarios, más contundentes, más castigadores, más dogmáticos, más fanáticos. Aclaro, no obstante, que el fanatismo por desgracia -y lo se bien porque lo he sufrido- anida también entre los que se enfrentan al sistema.
Ahora tomemos los mismos tres asuntos importantes que mencionamos, o cualquier otro, y analicémoslos desde la óptica del determinismo, a lo que conviene recordar que son muchos los avances en el campo de la neurociencia que echan por tierra los planteamientos de la doctrina… ¡del libre albedrío! Y tendremos a las mismas personas que antes, unas a favor y otras en contra, pero no las veremos ya actuando y decidiendo libremente, las sabremos condicionadas por las reglas de conducta social, las modas, su educación, su familia, sus miedos o cualquier otro condicionante, obligadas a pensar y proceder de una determinada manera y no de otra. Las consecuencias de esta diferente manera de ver el mundo son claras, la primera, la responsabilidad, está repartida. La sociedad ya no se libra de lo malo que sucede en nuestro mundo, y nuestros gobiernos mucho menos. Los que hacen las cosas mal no pasan a ser inocentes, aclaro, pero estaban de alguna manera condicionados a hacerlo mal, quizá por culpa de nuestra forma de educar como sociedad, o de maleducar. Ya no son manzanas podridas en un cesto sano, es el cesto el que está mal y pudre algunas, o muchas manzanas. Ya no se trata de condenar, encerrar y apartar a los que lo hacen mal, se trata de reeducar, para condicionar a la gente a hacer lo que está bien y moldear así su destino por derroteros más beneficiosos para todos. Ya no hay buenos y malos, solo hay personas condicionadas a actuar de una determinada manera, y otras de otra. Y ya no hay ese “sálvese quien pueda” que abandona al que se queda atrás, pues no eran libres cuando decidieron los que se quedaron atrás, era culpa de la sociedad entera.
Con este planteamiento casi estamos obligados -si queremos ser coherentes- a mirar bajo el prisma de la comprensión y la bondad a la gente -pues no hay buenos ni malos-, desterrando para siempre los fanatismos y con ellos también mucho odio, mucha violencia y mucha destrucción. Esta forma de coexistir en sociedad es por supuesto mucho más complicada, exige mucho más esfuerzo, más implicación, más compromiso y paciencia para entender el mundo, más voluntad de diálogo y de integración sin imposición, y sobretodo implica trabajar en la educación de la sociedad a largo plazo hacía nuevas formas de convivencia que hagan del cesto un cesto mayoritariamente bueno, que no pudre a sus manzanas.
Sobra decir en qué corriente me sitúo yo. Ya, ya sé que este planteamiento determinista -buenista- mío está a años luz de lo que tenemos hoy, por mucho que la neurociencia juegue a nuestro favor, pero quería expresarlo en unos cuantos párrafos. Quería expresarlo precisamente ahora que ya estoy retirado del activismo social, para que entiendan un poco mejor cuál es y ha sido siempre mi punto de partida en las luchas sociales. Así tal vez entiendan por qué era tan difícil encasillarme, “parecía de izquierdas pero”, “era guardia civil pero”, “ayudaba a la gente pero”, “denunciaba al sistema pero”, los peros venían siempre porque no podían situarme en el prototipo típico de activista social ideologizado perfectamente alineado en un bando, aparecía como un tipo raro, siempre a contracorriente, siempre con algo diferente que decir.
Entiéndanlo, bajo mi humilde visión de las cosas, los que están a favor de este sistema económico injusto y cruel que nos gobierna no son siempre los malos, y tampoco son siempre los buenos los altermundistas que luchan en pos de otro mundo más justo. La cosa no es tan sencilla como trazar una línea y poner a unos a un lado y a otros a otro, y ahí está el problema, que la mayoría a un lado y a otro lo hacen así, convertidos en fanáticos y fanáticas de una visión, de una idea, a ambos lados, suponiéndonos a todos y todas libres cuando no lo somos.
Eloy Cuadra